Las palabras,
esas partes de un código que permiten comunicarnos, darnos a entender,
expresarnos de tal manera que los demás comprendan exactamente lo que pasa por
nuestra cabeza, van más allá de lo que dice su significado en el diccionario.
Podemos pensar, por ejemplo, en cómo nació el lunfardo. Fue allá por el siglo
XIX en la zona del Río de La Plata, cuando en las cárceles los presos comenzaron
a utilizar códigos para que los guardias no entendieran sus mensajes. Estas
palabras luego se fueron popularizando, a la vez que sumaban aportes de los inmigrantes
y de los mismos criollos. Creció tan rápido y de tal manera que dejó de ser ese
código secreto, esa jerga, que era la idea inicial, y empezó a ser utilizada
por la clase media baja. Luego, gracias principalmente a los tangos, se
generalizó en la escala social porteña, hasta ser parte del lenguaje popular de
los bonaerenses.
Como vemos
aquello fue lo que se llama un «argot», es decir, aquellas palabras que
componen una jerga (variedad lingüística de un grupo), que cuando perduran en
el tiempo, se convierten en un dialecto, o sea en palabras características de ciertas
regiones. Hoy resulta normal escuchar estas palabras que nos identifican, y que
en estos nuevos tiempos, gracias al uso de Internet y de la música, se van
expandiendo por el país y por el mundo.
Tucumán
también tiene algunas particularidades. Por ejemplo, aquí el idioma sufre unas
deformaciones características, como la supresión de la «s» y de las terminaciones
verbales «ar» y «er», o la pronunciación arrastrada de la «rr». Así, se ven
casos como «deme do» por «deme dos», «tengo
qu’ i a comé» en lugar de «tengo que ir a comer» o «vamo a jugá’l fulbo» en vez
de decir «vamos a jugar al fútbol». Otro rasgo de nuestra provincia es el uso
de palabras como «ancazo» —propinar un cabezazo—, «antarca» —palabra que
proviene del quechua y que el diccionario de la Real Academia Española define como
«de espaldas»—, entre otros muchos ejemplos.
Estos
movimientos en el lenguaje no son nuevos. Esta situación es tan antigua como el
origen del idioma actual, recordemos que en lo que hoy es el territorio
italiano nace la madre de las lenguas: el latín, que en sus inicios, en Roma,
era una lengua activa y se mantuvo durante la Edad Media, la Moderna y hasta en
nuestra época, aunque en menor medida. Lo que puso fin a esa lengua fue curiosamente
el dominio del Imperio Romano, que ocupó desde la península Ibérica hasta el Rio
Danubio. A cada lugar en que los romanos llegaban, el latín absorbía creencias,
costumbres, y lenguajes. Estos lugares conquistados mezclaron sus lenguas con
el latín y dieron origen a nuevas lenguas. Así nacieron el italiano, el francés,
el catalán, el español, entre otros.
En este
sentido, quizá mañana nuestros nietos o bisnietos hablen algún dialecto, alguna
variedad hecha de una mezcla de palabras de distinto origen. Una variedad
puesta sobre el paisaje cultural y climáticamente distinto de nuestro país. Una
riqueza, en suma.
Fuente imagen: recursostic.educacion.es
Fuente imagen: recursostic.educacion.es
0 comentarios:
Publicar un comentario